Santa María de Arbas








Se confunden un tanto las leyendas y las tradiciones sobre el origen de la colegiata de Santa María de Arbas.


Cuentan que cierto rey extranjero, cuyos hijos habían sido muy malos (malísimos) y habían cometido horrendo crimen, castigó a éstos a vivir con dos ermitaños en aquestos solitarios lugares. Los dos infantes, arrepentidos de su pasado y sus crímenes, se hicieron buenos (buenísimos), y dedicáronse a tareas de hospitalero, esto es, daban cobijo y consuelo, junto a los eremitas, a cuantos peregrinos pasaban camino de El Salvador y de Santiago de Compostela.


Asombrado el rey por el cambio de actitud de sus hijos los infantes, quiso construir un hospital en aquel lugar pero he aquí que como no tenía whatsapp y las comunicaciones eran aún muy lentas, cuando al lugar llegaron sus órdenes (no olvidéis que venían del extranjero), se encontró que el hospital ya estaba en plena construcción.


Y esta construcción se debió al conde Don Fruela, que depende a quién preguntes era asturiano o leones. Esposo de Doña Estefanía Sánchez y hermano de Doña Jimena, a la sazón esposa de Don Rodrigo Díaz de Vivar, alias el Cid Campeador.


Como quiera que Don Fruela tenía panoja y muchas propiedades por la comarca, mandó construir, allá por el 1116, el hospital y una pequeña capilla a una comunidad monástica de canónigos regulares de San Agustín (¡hombre! ¡Qué casualidad!) que tenían ya su pequeña iglesia.


Su abad de entonces, Don Sancho, a la vez que recibía como donación de Don Fruela la propiedad de un monte contiguo, dio las órdenes oportunas para que todo el mundo pusiera manos a la obra.


Y en el reparto de tareas le tocó a un canónigo agustino y virtuoso varón, según cuentan, de nombre Pedro (¡hombre! ¡Qué casualidad!), el trabajo de transportar la piedra desde el el pico de Los Tres Concejos hasta el lugar de la obra. Para ello contaba con un carro celta tirado por una pareja de bueyes.


Cierta noche, el bueno de Pedro, en pleno sueño oyó una voz que decía: "Pedro despierta". Y Pedro despertó, claro. Y su sorpresa fue mayúscula cuando se encontró a un feroz oso que se cebaba con los restos de uno de los bueyes de la yunta de que se servía para el acarreo de la piedra.


Y aquí, Pedro, en vez de huir despavorido, sometió al oso (¿Inspiración Divina?) y lo castigó a ser uncido con el otro buey para acarrear la piedra con que fue construido el hospital.


Por eso, cuando acedemos al templo para rendir culto a Nuestra Señora la Virgen de Arbas por la puerta occidental, esto es, la enfrentada al altar, nos la encontramos así:







Y a poco que nos fijemos, veremos, vigilando nuestro paso, dos modillones de piedra que representan una al buey que sobrevivió:








Y la otra al oso sometido y reconvertido a herbívoro:







Aclarar, eso si, antes de acabar, que el templo que hoy conocemos no es la pequeña capilla que construyeron Don Fruela, Don Sancho y mi amigo Pedro, sino que fue mandado construir en el  1216 (cien años después) por el rey Alfonso IX de León, que en sus frecuentes viajes a Asturias (no se sabe si a Oviedo para postrarse ante El Salvador o a Gijón para ver el mar) se alojaba en Arbas, donde hizo cuantiosas donaciones a la abadía.



Y como aún cabe la posibilidad de que el próximo día 24 Santa María de Arbas esté así:




Mañana os contaré algo curioso de la Catedral de San Salvador, por si nos vamos a Oviedo.


Sea como sea y el que sea


BUEN CAMINO!!!

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